Los Jugos Suin ahora vienen con el sabor de los trabajadores. Cooperativa de Trabajo Citrus Argentina
Articulo Tiempo 30 de octubre 2014
Gabriel Martín, octobre 2014
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Résumé :
Llegaron a tener 360 empleados. Pero quedaron 22, en la quiebra, y conformaron una cooperativa para reactivar una fábrica de jugos que había sido vaciada. Sin dinero para operar, se financiaron vendiendo cartones y hoy producen 1,8 millones de botellas de jugos por mes.
La pulcritud de la planta de Lanús Oeste es absoluta y estricta. El único sonido que musicaliza la jornada laboral es el de la máquina que acomoda las botellas plásticas que, en una fila sin fin, son rellenadas con jugos a ritmo constante.
Cuando comenzó a operar en 1985, Jugos Suin tuvo un crecimiento astronómico en apenas una década. Atravesó el estallido de fines de los ‘80 con pocos años en el mercado y mantuvo su crecimiento, alcanzando su techo en 1995.
Llegó a tener tres plantas distribuidas en Dock Sud, Barracas y Lanús con 365 trabajadores. Al auge del primer decenio, le llegaría la debacle que terminaría en la quiebra, en los diez años siguientes.
La empresa, propiedad de Claudio Roberto Balducci y José Walter Shore se convertiría en Citrus Argentina SA, presuntamente integrada por otros tres miembros.
Promediando la década menemista, las ventas comenzaron a bajar y financiar la operatividad era una misión cada vez más complicada, y la patronal comenzó a pegar por donde siempre: los trabajadores.
Comenzaron despidos al por mayor, de a veinte y cincuenta laburantes. Para 1999, ya habían vendido las plantas de Dock Sud y Barracas, trasladando a todos los trabajadores a las instalaciones de Lanús. Y allí comenzaron despidos al por mayor, de a veinte y cincuenta laburantes y en un momento los dueños emitieron al mismo tiempo la friolera de 170 telegramas de despidos, lanzando a la calle de un país, con un modelo acabado, a familias que tardarían, en la mayoría de los casos, mucho tiempo en encontrar otro sustento.
Sólo quedaron 67 compañeros. A fines de 2001, apenas eran 37.
Juan Aguirre, tiene 52 años y comenzó a trabajar en Suin en 1990 como operario general, y cinco años más tarde fue elegido como delegado gremial por sus compañeros. En diálogo con Tiempo Argentino, Aguirre relata que para 2001 « la patronal comienza a alejarse de la dirección personal de la fábrica y la gestión queda a cargo de una jefa de personal, otra de compras y el jefe de producción » y agrega que luego realizaron otra maniobra: « Dijeron que le habían vendido la planta a una persona, José Antonio Cantero, que vino y comenzó a vaciar a la empresa, vino con los zapatos destrozados y se fue en un Mercedes Benz. »
En ese momento la empresa perdió los cinco autoelevadores, los tornos y las máquinas de llenar las gaseosas y hasta las computadoras. En un mes, había liquidado el stock. En la fábrica ni sabían quién era. El atraso salarial ya llevaba ocho meses.
Y finalmente se llegó a un límite. El presunto dueño nuevo también quiso vender la máquina productora del jugo, lo que significaba directamente el fin de la fábrica. « Le dijimos que no, y con esa máquina es que hoy producimos en la cooperativa », cuenta Juan. Con los sueldos atrasados, a comienzos de 2002 los empleados de Suin decidieron tomar la fábrica por única vez: « En dos horas apareció la plata », cuenta Juan.
De entre las cenizas y cartones. En agosto de 2005, Jugos Suin llegó a la quiebra. Hacía tiempo que los trabajadores no tenían ingresos y cuentan que la mayoría vivía de prestado para poder alimentar a sus familias, endeudándose. Apenas quedaban 22. Meses antes, Cantero quería retirar la máquina rellenadora de envases, afirmando que compraría una nueva. « No le creímos y se fue diciendo que la traería para que viéramos que no mentía. Se fue y no lo volvimos a ver nunca más », cuenta Aguirre.
Al mes siguiente llegaron a la puerta de la fábrica los síndicos con la orden de desalojo y pudieron negociar que quedaran tres laburantes en el interior, custodiando las máquinas y cobrando un salario, pero esto duró apenas un mes más, hasta septiembre, cuando se produce el desalojo definitivo.
« Uno de los trabajadores que vive a la vuelta de la planta se dio cuenta de que habían dejado la puerta abierta, por lo que si querían se llevaban las máquinas y no quedaba nada, pero ahí nos movilizamos y fuimos a la comisaría a hacer la denuncia, como les ganamos de mano a los síndicos, nos pusieron en guarda judicial », cuenta Aguirre.
Así es que los laburantes, en una fábrica arrasada, sin fondos, sin luz ni agua siquiera, comienzan a avanzar hacia el único plan viable para preservar la fuente de trabajo.
« No conocíamos nada de la realidad de las empresas recuperadas en aquel entonces », rememora Aguirre: « Empezamos a recibir ayuda de otros compañeros de autogestionadas, aprendimos de sus experiencias, yo apenas tenía una vaga idea de cooperativismo con un compañero. Fuimos al sindicato pero nos dejaron solos y finalmente nos pusimos en contacto con un abogado del municipio que nos dio una mano y nos conectó con un colega de él para conformar la cooperativa.
De ese modo, se oficializó el 25 de diciembre de 2005 la Cooperativa Citrus Argentina.
En la mayoría de los casos de cooperativas surgidas de una empresa fallida, se encuentra la carencia de personal administrativo que, cómo es natural, accede primero a la información de la situación real de la fábrica y decide marcharse antes del final, es la comercialización: « Fue de lo más difícil para nosotros, no teníamos idea de cómo hacerlo, pero algunos compañeros comenzaron a salir a la calle y hacerse cargo de la venta, y fuimos adquiriendo experiencia y así empezamos a crecer », explica Aguirre.
Los nuevos socios afrontaron las deudas heredadas por falta de pago de numerosos créditos y revirtieron de ese modo la pésima imagen que se había generado entre los clientes de la antigua firma. Las deudas, cuentan los trabajadores, llegaron a casi 30 millones de dólares, de los cuales un millón y medio correspondía a salarios, aportes patronales, beneficios e indemnizaciones por despidos jamás liquidadas.
Los clientes fueron una tarea difícil. Muchos habían pagado por adelantado mercadería que nunca les fue entregada y los trabajadores tuvieron que desarrollar intensas reuniones para revertir la situación.
Como capital inicial contaban con cero pesos. Lograron rehabilitar los servicios esenciales, agua y luz, con dinero que les prestaron los trabajadores del Astilleros Unidos de Dock Sud.
Pero había que producir y no había con qué. « Empezamos vendiendo cartones y otras cosas que encontramos en la planta y nos hicimos de los primeros fondos para empezar a producir », recuerda Juan Aguirre, que ahora es presidente de la cooperativa Citrus.
Casi una década después de poner en marcha la autogestión de la fábrica, los trabajadores de Citrus envasan 300 mil packs de seis botellas por mes (1,8 millones de envases), produciendo 30 mil litros de jugos concentrados de naranja, ananá, pomelo, manzana, mandarina, durazno, frutilla, pera y multifruta, distribuidos en una importante cartera de clientes, en la que se encuentran La Anónima, Diarco, HiperMay y con presencia en las provincias de Buenos Aires, Formosa, Chaco, Salta, Misiones, Corrientes y en toda la Patagonia.
Este año se sumaron al mercado de aguas saborizadas. De los 22 socios fundadores de la cooperativa, hoy la planta cuenta con 53 trabajadores gracias también al apoyo del Estado Nacional que con subsidios del Ministerio de Trabajo primero, y Desarrollo Social después, les permitió comprar nuevas máquinas y materias primas, fabricar sus propios envases y sumar personal.
« Estamos muy orgullosos de ser dueños de nuestro trabajo. No pensamos esto únicamente para nosotros sino también en nuestros hijos y nietos, queremos que quede para ellos », afirma Aguirre.